En una definición de sufrimiento me encontré con esta sentencia: “Como el sufrimiento es inherente a la vida, el ser humano no debería tratar de evitarlo, sino de comprenderlo”. Pero cómo comprender el sufrimiento desde la perspectiva de la creencia en Dios es la cuestión.
Desde la experiencia puedo decir que el sufrimiento es una sensación intensa de malestar, de dolor físico o psíquico. De acuerdo a la declaración introductora es inevitable, porque es parte de la vida, así es que sólo nos resta comprenderlo y sufrir.
Las causas del sufrimiento podrán ser de la amplia gama de lo psicosomático, físico; donde podemos encontrar dolores específicos, generales, internos, externos, producto de enfermedades o la enfermedad misma, como es la fibromialgia. También de lo psicológico, donde encontramos desde penas de amor hasta depresión.
Sin embargo, la sentencia inicial es parcialmente cierta, porque efectivamente, no hay ser humano que en el transcurso de su vida no viva la experiencia de sufrir, independientemente de la edad, condición o situación. Pero no siempre fue así, de acuerdo a las enseñanzas y revelaciones de la Biblia. Allí encontramos a un Dios amoroso que crea seres perfectos en un mundo perfecto, en el que, por su sola presencia no podía existir dolor, sufrimiento ni muerte.
Sabemos la historia: Esta vida con ausencia de sufrimiento llegó a su fin cuando Eva, engañada por Satanás, come del fruto prohibido , invita a Adán, quien también comió. Desde ese momento, se alejan de Dios. A pesar de las advertencias que habían recibido, deciden aceptar a este ángel caído como el príncipe de este mundo.
Desde ese momento el sufrimiento pasa a ser parte de la vida. Me cuesta imaginar la sensación de dolor de Adán y Eva, al ver morir a una inocente criatura, para cubrir con su piel, sus cuerpos. Como imaginar el sufrimiento de ellos al ver a su hijo menor Abel, muerto a manos de su hermano.
Si hoy, que quizás hayamos sufrido más de una vez la pérdida de un ser amado, no logramos mitigar el dolor, como habrá habrá sido experimentar tal sufrimiento por primera vez. ¿Habrán tratado de revivir a su hijo? ¿Cuánto tiempo habrá llorado Eva? Cuán sombrío sufrimiento el estar solos para sepultar a su hijo. Que martirio habrá sido recordar que era la consecuencia de haberse apartado de Dios.
Se preguntarían como muchos hoy: ¿Por qué permitió Dios que esto ocurriera? Se habrán preguntado: ¿Dónde estaba Dios cuando Caín le daba muerte a su hermano? Son las preguntas que nos formulamos hoy frente al dolor, al sufrimiento, pretendiendo encontrar una respuesta, intentando comprender la relación entre un Dios que ama a sus criaturas, pero que no está cuando estas sufren, o que permite el dolor.
¿Dónde e estaba Dios? cuando Jesús en la cruz gritando pregunta: “…Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mateo 27:46) Jesús se sintió solo, desamparado, porque asumió la separación que el pecado produce entre el hombre y Dios.
Él estaba en ese momento cargando el pecado de todos nosotros. Ese sufrimiento le impedía sentir en plenitud el dolor físico, tanto como le imposibilitaba percibir la presencia de su Padre.
Tal como a nosotros, el Señor no lo estaba desamparando, es más Dios mismo y todos los ángeles estaban muy cerca de Él en el momento de su mayor angustia.
¿Por qué Dios permitió una enfermedad, un accidente, un incendio, un dolor, un sufrimiento, una muerte? Permitir es dejar pasar, consentir, acceder, admitir, condescender, aprobar. Decir que Dios permite es equivalente a decir que Él no quería, pero dejó que pasara. Que no era su voluntad, pero consintió, es creer que mira para un lado ante el sufrimiento de un ser.
El sufrimiento es la consecuencia de nuestra elección, pero aun así frente a eso el no permite, no deja pasar, interviene y lo hizo en el mismo momento que surgió el pecado, prometió la redención. Aunque frente a la inmediatez y brevedad de la vida, a nuestro sentido de urgencia e importancia, pereciera que sólo permite. pero hizo, hace y hará mucho más de lo que pedimos.
Podemos saber de sufrimientos y de muertes, algunas terribles, pero lo que no sabemos, es como Dios interviene en el plano de la eternidad con ese individuo. Ciertamente es trágico una vida truncada, pero sí a esos años Dios le estaba añadiendo eternidad, ¿era una tragedia?. ¿Que son estos años, no importa cuantos comparados con la eternidad? ¿Que son las más penosas condiciones de vida con una vida renovada?
No es que Dios sea indolente, sólo que nosotros no vemos más allá. Para un pequeño es una tragedia quemarse un dedo o lastimarse la rodilla; todo un sufrimiento. Para el padre que está con él, una lección, preparación para la vida.
El Señor se compadeció con Adán y Eva, Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. Dios se apiada con cada ser que sufre en este mundo, porque no es el causante del sufrimiento, y menos es éste su castigo. Aunque como Jesús gritemos, ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? Sepamos que no estamos solos ni desamparados. Él está a nuestro lado, ya lo hizo todo para que pronto el sufrimiento nos parezca muy lejano.
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21:4).
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