Cuando se nos habla de raíces, por lo general nos imaginamos esas especies de cuerdas más o menos leñosas que crecen bajo tierra y les proporcionan alimento a las plantas. Pero ¿saben ustedes cuán largas y fuertes pueden ser las raíces?
Una planta de alfalfa de unos treinta centímetros de alto puede tener raíces de hasta diez metros de longitud. Si pudiésemos poner las raíces de una planta de maíz una detrás de otra, en una sola fila, formaríamos un hilo de treinta y cuatro metros de largo. Las raíces del quebracho californiano pueden ocupar hasta dos mil quinientos metros cúbicos de subsuelo. La raíz más profunda que se conoce fue descubierta en África. Era de un árbol de acacia que llegó a cincuenta metros de profundidad.
Las raíces tienen que abrirse paso a través del suelo compacto, sortear piedras y otras sustancias duras para afirmarse y continuar creciendo. La fuerza de cualquier raíz es prácticamente sin medida y la más pequeña de ellas puede desplazar pequeños obstáculos y perforar el suelo. Algunas raíces producen una sustancia química que se encuentra en su extremo y que disuelve el suelo frente a ellas.
Cuando las raíces tropiezan con granito, por ejemplo, éste se parte mientras las raíces, que parecen suaves y frágiles en comparación, continúan creciendo persistentemente.
Lo que más buscan las raíces es agua, porque cuando hay abundancia de ella la planta está en condiciones de fabricar buen alimento y dispone de medios para transportarlo a través del tronco, las ramas y las hojas.
Tenemos en Jesús una provisión constante de agua, y se nos ha dado su espíritu para ayudarnos a introducir profundamente nuestras raíces en busca del agua verdadera y viviente. Ahora mismo tú, estimado lector, deberías decidirte a estar arraigado y fundado en Jesús. Ese fundamento te proporcionará gran fe, una fe tan fuerte que será capaz de mover montañas, tal como la frágil raíz puede poner peñascos.
«Pero Dios nos reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios» (1Cor. 2:10)
Windows on God’s Word. Santiago A. Tucker. 1975.
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