Hace algunos años, el concepto novedoso era “inteligencia emocional”, puesto en boga por Daniel Goleman, quien proponía que gestionar positivamente las emociones, era determinante para el éxito en la vida, por tanto la inteligencia emocional era la capacidad de entender, usar y administrar nuestras propias emociones.
Hoy el tema es la IA, siglas para la “inteligencia artificial”, que “es la combinación de algoritmos planteados con el propósito de crear máquinas que presenten las mismas capacidades que el ser humano.” (Ver más)
La inteligencia es fundamentalmente, una capacidad. De qué habilidad se trate, nos dirá de qué inteligencia estamos hablando: social, musical, lingüística, lógico-matemática, espacial u otras tantas más. Pero la IA no es una capacidad, es la pretensión de generar capacidades similares a las humanas e incluso, superiores.
Según los expertos en la materia, la inteligencia artificial, es aún arcaica, rudimentaria, primitiva en comparación con la actividad de unos cien mil millones de neuronas en un cerebro humano, vale decir muy lejos de acercarse siquiera a la inteligencia humana, sin embargo, lo que se ha logrado en términos de la IA, nos admira.
Cuando esté artículo podría haberlo escrito en menos de cinco minutos con un programa de inteligencia artificial, o el triunfo de una máquina en un partido de ajedrez frente al campeón mundial de esta actividad, o la realización de los cálculos matemáticos más complejos, llegamos a pensar que en algún momento esta falsa inteligencia superará a la humana.
Pareciera que lo que se puede realizar a través de la inteligencia artificial, no tiene límites, pero esto, en el plano cognitivo, porque creemos que el el plano emocional, la cosa es distinta. Las máquinas no podrán tener sentimientos y emociones. Si embargo, ya pueden decirlo o imitarlo. Podrían decirte, “estoy triste, por lo que te pasa” o decirte que siente o lamenta no haberte ayudado ¿se entristece, lo siente, lo lamenta?
¿Como sabremos que la máquina de verdad llegó a sentir? Pues de la misma forma en que sabes cuando una persona te dice que está triste, que lo lamenta: tenemos que creerle, porque como la máquina, podría decirlo, sin sentirlo, incluso llorar sin tener pena y sólo podremos creer o no creer.
Si las lágrimas no son una evidencia genuina de la tristeza o de alegría, menos aún será el solo afirmarlo; así la única diferencia entre una máquina operada por inteligencia artificial y un humano, podría llegar a ser la fe, la confianza.
Es pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Hebreos 1:11)
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