El misionero debía realizar su primera visita a poblados rurales del árido desierto de la región de Tarapacá en el norte de Chile; donde había sido enviado. No obstante la aridez de esa gran zona desértica, hay parajes bellísimos, como el oasis de Pica poseedor de agradables aguas termales, de sabrosas frutas: mangos, naranjas, guayabas así como sus afamados alfajores artesanales.
El distrito
A unos cien kilómetros al noroeste, de Pica y luego de pasar por los poblados de Matilla, La Huayca y La Tirana, se encuentra Pozo Almonte. Este último, asiento de la minería presente y pasada. Cerca de allí, las ruinas de las oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura, sitios patrimoniales, que antaño fueron importantes centros de explotación del salitre.
Un poco más lejos, a unos doscientos kilómetros al noreste de Iquique, se ubica el Valle de Camiña. Valle de unos cuarenta kilómetros de extensión, cuyo centro vital es el río del mismo nombre. A lo largo en sus riveras, poblados como: Francia, Chillayza Moquella, Saiña, Quistagama, Cuisama, Camiña, Chapiquilta,Yala-Yala, Apamilca y bastante más lejos, Nama. Allí, se cultivan riquísimas zanahorias, ajos cebollas entre otras hortalizas y también se produce algo de ganadería.
Al misionero le correspondía visitar el Valle de Camiña. ¿como llegar a un lugar tan distante hacia el cual había locomoción sólo una vez a la semana? ¿donde se hospedaría? Todo era un misterio. Un bondadoso miembro de una de las congregaciones del hermoso valle, se comprometió a pasar a buscar a este misionero para llevarlo a conocer a su nueva feligresía, dispersa en ese valle. Su hermano Alex, había venido a visitarlo a la ciudad de Iquique, por tanto se sumó de inmediato como acompañante en esta primera misión.
La primera misión.
Luego de haber estado durante toda la tarde esperando que el buen feligrés vendiese los productos que había traído de su valle para comercializarlos en Iquique, por fin, ya de noche, los paso a buscar. La primera sorpresa fue darse cuenta que no eran los únicos pasajeros; otros ya habían tomado las mejores ubicaciones en el vehículo de carga, por lo que debieron viajar en la parte trasera de la camioneta, a la intemperie.
Cuando el vehículo recién salía de la ciudad, para tomar la carretera rumbo al norte, comenzaron a sentir el frío del desierto. Ninguna posibilidad de disfrutar del hermoso cielo estrellado. Luego de lo que parecía un eterno y frío viaje, la camioneta comenzó a detenerse. No había pasado mucho tiempo, como para pensar que llegaban a destino.
Se detenían en una posada. No era poca cosa; con el vehículo detenido, dejar de sentir el viento frío en el rostro era ya un agrado; y la posibilidad de comer algo o beber un café caliente era un panorama alentador. Pero ni el conductor, ni los otros acompañantes, que se conocían entre sí, consideraron apropiado invitar a estos jóvenes misioneros, y como ellos no sabían dónde estaban, tuvieron que conformarse tímida y humildemente con mirar las estrellas.
La segunda misión.
Ahora, recién comenzaba el viaje a Camiña. Hasta allí, habían viajado con el viento frío, pero sobre una carretera. Las luces del vehículo, iluminaron un camino de tierra y enfilaron por ese camino. Al frío, se agregaba el polvo que el vehículo levantaba en su andar y los saltos a causa del pedregoso sendero.
No estimaron cuánto tiempo había transcurrido, cuando de pronto, la camioneta se detuvo nuevamente.Pudieron ver que los focos de la camioneta iluminaban en la oscuridad de la noche, en medio del desierto y del pedregoso camino, a un cerdo. Seguramente se había caído de algún vehículo que pasó antes.
Ver a ese cerdo en medio de la oscuridad era pintoresco, pero pasó a ser grotesco cuando el conductor les pidió a los ocupantes de la camioneta que atrapasen al animal. ¡Vaya misión! Mientras la camioneta seguía al cerdo iluminándolo con sus luces, todos los pasajeros corrían detrás del chancho. El misionero se cayó unas cuantas veces, antes de que el porcino fuese atrapado. El asunto es que continuaron el viaje junto al cochinito. No había otro lugar.
No sabemos las intenciones que el conductor tuvo al querer capturar al porcino, pero pensemos que era amante de los animales o que quiso capturarlo para ubicar a su dueño y devolverlo; lo que sí sabemos, a ciencia cierta, es cual sería el destino final del marrano: Faenado y servido en alguna mesa.
El cerdo y su propósito.
Aunque no lo parezca, el cerdo no fue creado para estar en ninguna mesa. Es más, ningún animal fue originalmente creado para ser parte de nuestra alimentación. Eso se hizo necesario sólo con algunas especies con posterioridad a la intromisión de la maldad en este planeta. Y no exagero en absoluto cuando digo que fue una necesidad
En la lista de aquellos animales que sí podríamos comer no estaba el cerdo. Debe sonar extraño lo que digo cuando hay una extensa industria a través del mundo en torno a la producción y comercialización de la carne de cerdo de las más diversas formas. Famosas y carísimas son las piernas de jamón serrano, los variados embutidos, y su carne propiamente tal.
Pero si originalmente el cerdo no debía ser parte de la dieta humana,¿Para que habrá sido creado? Me atreveré a decir que justamente para hacer lo que hacen antes de ser faenados: comer desperdicios. La noble tarea de mantener limpio el hábitat. Puerco, cerdo, chancho, marrano,cochinillo, son algunos de los nombres que reciben, y por lo general sinónimos de sucio y sin embargo, apetecido por muchos.
El cerdo no es alimento.
¿Como sabemos que no fueron creados para alimento? La primera revelación está en la Biblia, la segunda en la ciencia. Veamos: Cuando en los albores de la historia Dios liberta a los Israelitas luego de más de cuatrocientos años de esclavitud, les da entre otras indicaciones esta:
“Hablad a los hijos de Israel y decidles: Éstos son los animales que comeréis de entre todos los animales que hay sobre la tierra. De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y que rumia, éste comeréis.” (Levítico 11:2 y 3)
El mandato señala dos indicadores generales, válidos para todos los animales terrestres: Serían aptos para el consumo humano aquellos animalitos que tuviese estas dos características: rumiantes y de pezuña hendida. Si faltaba una de estas características, debía ser descartado como alimento. Este puro hecho nos habla de una inteligencia superior, de una planificación extraordinaria. No es casualidad ni producto del azar que aquellas carnes indigestas o derechamente más dañinas, tuviesen estas características fáciles de identificar.
No obstante, el Señor va más allá y especifica claramente a la criatura, a fin de que no quede duda alguna:
“También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo. De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos.” (Levítico 11:7-8)
Llamarlos inmundos, ya es como un sello de inviolabilidad. Nada en contra de estos animalitos, todo en contra de usarlos como comida. Muchísimos siglos después y seguramente no antes de cobrar unas cuántas muerte debido a su ingesta, la ciencia descubriría que algunas enfermedades e incluso muertes se debían a que en este animalito desarrolla un parásito llamado triquina.
La triquina también se puede encontrar en morsas, zorros, caballos o jabalíes, que coincidentemente no cuentas con las dos características: pezuña hendida y rumiar. De la cantidad de lavas que se ingieran y de otros factores dependerá que quienes lo consuman arriesguen sufrir una enfermedad leve, grave o incluso mortal.
Otro aspecto no menos importante es el alto contenido de grasa y colesterol, particularmente de los sesos del porcino que posee el récord de ser el órgano con más colesterol de todos los animales, pero también de su carne en términos generales, aún cuando en la actualidad la manipulación genética de la que son objeto, con fines comerciales han logrado mejorar su calidad.
La forma en la que llamamos a este animalito, y el hecho de que sea Dios, el Padre que quiere lo mejor para ti, quien te lo dice; debería bastar para no usar al cerdo como alimento.
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