Cuando Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, muy probablemente no lo hizo por las razones que nosotros tenemos para llorar frente a una tumba, porque Él lo resucitaría, no moriría la segunda muerte. ¿Sería entonces por la incredulidad de sus discípulos? ¿Tal vez por la actitud de Marta y Maria, que lo culpaban por la muerte de su hermano?
Lo inexplicable
Las respuestas las tiene el Señor, sin embargo, la historia se sigue repitiendo. Como no comprendemos la muerte o el porqué, no logramos concebir que la vida sea tan perecedera, hasta sin sentido, dificultosa. La muerte nos parece casi siempre injusta, indebida, muchas veces, cruel. Y, terminamos culpando a Dios.
Cuando pensamos casi justificadamente así, estamos corroborando el hecho que éste mundo a pesar de estar muy afectado por el uso y abuso humano, es hermoso. Que la vida con todas sus complejidades es sublime. Hay tanta belleza y perfección que nos negamos a creer que la existencia sea tan breve.
Pues, no lo es. Jesús dijo: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. (Juan 10:10). Sin duda, no se refería a estos pocos años que vivimos, así sean cien o un poco más. No resucitó a Lázaro para que viviera unos cuantos años más, ni siquiera vino a librarnos de de la primera muerte. Vino para que fuese sólo un período de descanso.
Los que duermen
El apóstol Pablo entendió la muerte primera como el estado de inconsciencia, en el que el tiempo no pareciera transcurrir. Es como les enseña a los primeros cristianos de Tesalónica:
“Tampoco queremos hermanos que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”. (1 Tesalonisenses 4:13)
Pablo usa la misma terminología que Jesús: Los que duermen. Los que creíamos que habían muerto. Pero son aquellos en quienes el polvo de la tierra se ha separado momentáneamente del aliento de vida. Ese aliento que el Señor volverá a infundir a aquellos que lo aceptaron, y que en tanto no bajen al descanso, lo acepten.
Aunque no sabemos quiénes eran “los otros”, a los que alude el Apóstol, en el versículo leído, suponemos que eran los que no tenían la esperanza de la resurrección. En el mismo capítulo citado de la epístola a los tesalonisenses , que les invitó a leer, Pablo profetiza que ese evento ocurrirá.
Esa era para el apóstol Pablo una verdad irrefutable porque tenía como evidencias, muy cercanas en el tiempo; la resurrección de Lázaro, y otras que, seguramente le fueron contadas por testigos a los que conoció en persona, pero sobre todo porque Jesús resucitado fue quien se le presentó a él cuando iba camino a Damasco.
La resurrección
Lo que Pablo no sabía era cuando ocurriría. Muy optimistamente pensaba que ocurriría en sus días. El tiempo ha transcurrido, pero el Señor no ha retardado su promesa, la mantiene, por eso allí mismo agrega:
”Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero.” (1Tesalonisenses 4:16)
Es una promesa hermosa, grandiosa, magnánima, que evidentemente no ha ocurrido, pero en la que miles y miles de cristianos a través de la historia han creído.
Muchos ya descansan, durmieron esperando su cumplimiento, y muy probablemente sin que haya transcurrido el tiempo para ellos, al abrir nuevamente sus ojos restaurados, verán a Jesús viniendo en las nubes de los cielos.
Habrannotado que el texto recientemente aludido dice que quienes durmieron habiéndole aceptado, resucitarán primero. Significa que otros resucitarán después. Entonces, hay una segunda resurrección, pero también una segunda muerte.
La segunda resurrección
De acuerdo al último pasaje mencionado, y a todo ese capítulo, en el momento de la próxima venida de Jesús, los que hayan muerto creyendo en Dios, habiéndole aceptado, independientemente de su religión, serán resucitados para unirse a los muchos que estarán vivos presenciando el glorioso evento.
Los que no creyeron, aquellos para quienes el cielo no era una esperanza, no resucitarán, y los que aun viendo venir a Jesús, le rechacen, morirán. Habrá para ellos, una segunda resurrección, pero sólo para una triste segunda muerte.
Entre la primera y la segunda resurrección, transcurre un período de tiempo que según el libro de Apocalipsis, será del mil años. En ese tiempo los redimidos reinarán con el Señor y se realizará un juicio.
En ese juicio, se juzgará a Satanás, a sus ángeles, y a todos quienes permanecen en sus tumbas. Hasta ese instante, nadie en el universo, el tiempo y el espacio, ha muerto realmente. Nadie ha sido privado de la vida. Destruir, es un acto tan ajeno al amor de Dios, que ni siquiera el diablo ha sido destruído, aunque en ese período de tiempo, permanecerá cautivo, esperando su fin.
Una vez que para todos los seres, no cabe duda que Dios es justo y así es proclamado por seres celestiales y los redimidos y, ante la certeza absoluta que quienes padecerán la muerte, lo harán porque fue su elección y decisión, se ejecuta finalmente la definitiva muerte segunda (Apocalipsis 20:14, 21:8).
La promesa
La segunda muerte es vital para el o los universos, es la garantía de que el mal, el pecado, el dolor el sufrimiento y la muerte, no se volverán a levantar. Han sido destruidos total y definitivamente, porque era lo mejor para ellos. Y el inicio de la vida abundante para los redimidos.
La primera muerte es transitoria, temporal, aun cuando nunca nos acostumbremos a ella y siempre nos provoque dolor, no le debemos temer. Es el dormir del que Jesús le despertará. No habrá otro despertar mejor, es lo que Él prometió, es lo que debemos creer, en lo que debemos confiar.
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