Antes de la entrada del pecado en este universo y particularmente en este planeta, existía una comunicación real con Dios, plena. Una de las más significativas consecuencias del pecado fue la separación física entre el Creador y sus criaturas. Consecuentemente, la ruptura interrumpe los vínculos comunicacionales más íntimos, como el hablarse cara a cara. Es lo que ocurrió entre el hombre y Dios.
En esta nueva naturaleza humana se produce una dicotomía: Por una parte, la criatura necesita de Dios, pero al mismo tiempo, se aleja de él. Esta realidad se manifiesta desde el Edén, cuando Dios busca a nuestros primeros padres para hablar con ellos y ellos se esconden.
Dios nos quiere hablar
“Y oyeron la voz de Jehová que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Génesis 3:8).
Este comportamiento se comienza repetir a partir de ese momento. Dios buscando al hombre, manifestándose a ellos en una zarza ardiendo, para llamar a Moisés e iniciar la liberación de Israel.
En una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego, cuando peregrinaban por el desierto habiendo salido de Egipto rumbo a Canaan; e incluso hablándoles audiblemente, y ellos evitándolo como lo señala el siguiente texto:
”Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:19).
Su presencia produjo temor, su imponente voz tronante, debe haber sido intimidante. Pensar que los mataría, revela que no conocían a su Dios. Él sólo quería hablarles. Los amaba tanto como nos ama a nosotros, pero aunque parezca extraño y triste, es lo que en nuestra naturaleza seguimos haciendo.
La humanidad no volvió a oír la voz potente del Señor, pero ese mismo Dios ha seguido buscándonos y hablándonos, a través de su palabra escrita, de la naturaleza, a nuestras conciencias y estableció otro medio: la oración
Hablemos con Dios
La oración se define como el ”dirigirse mentalmente o de palabra a una divinidad”, o como “ponerse mental y anímicamente ante la presencia de Dios “. En su etimología es una expresión oral , por tanto debe manifestarse con el lenguaje, aún cuando éste no sea audible. Una definición fuera de los diccionarios dice que “Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo”
Me quedaré con esta última y poética acepción por cuanto concentra los elementos de las definiciones anteriores: establece que orar es un acto comunicacional con Dios, y con una actitud anímica especifica. Hablar con Dios, pero no como con cualquiera. Con la actitud de abrir ante Él, nuestro corazón como con un amigo.
Lo que necesariamente debemos establecer es cómo, por qué, donde y cuándo le abrimos nuestro corazón a un amigo. Distinguimos como amigo a aquella persona que amamos, que creemos conocer, que valoramos; alguien en quien confiamos, sean o no recíprocos estos sentimientos.
Entendiendo la amistad como un afecto personal puro, desinteresado que nace y se fortalece con el trato. El trato es la comunicación que puede ser oral, gestual o escrita. Cuando éste trato se va distanciando, espacial o temporalmente; paralela y gradualmente el afecto, el amor, la confianza, van disminuyendo, aunque el alejamiento no haya sido provocado.
Dios, una vez más se acerca a buscar a sus amigos. Lo verdaderamente admirable es ver a quienes considera como tales: A Abraham, el padre de la fe, pero también llamó a David, con sus virtudes y debilidades, “varón conforme a mi corazón”.
De Jesús se decía que era amigo de publicanos y pecadores, con quienes comía y bebía. A sus discípulos les dice: “Más os digo amigos míos”, y de entre ellos, a uno le preguntó: “¿amigo, a que vienes?”, si, a Judas. Emociona identificarse con los pecadores, publicanos, con David, con Judas, porque significa que también nosotros podemos ser considerados por Jesús, como amigos.
Dios, mi amigo
Acerquemonos a Dios para abrirle nuestro corazón, como lo hacemos con un amigo. Sin poses, sin hipocresía, no usando vanas repeticiones, sin siquiera reparar en nuestro lenguaje, sin palabrería, aún, sin palabras, sin estar cuidando nuestras expresiones. Con sencillez, veracidad, sin jactancias, con humildad. El Señor es un amigo al que no podemos engañar.
Cuando hablamos con un amigo, lo hacemos caminando, tomándonos un café, en el living de su casa, en nuestro comedor, viajando, en un parque vale decir en la intimidad que permite un diálogo afectuoso, no para ser vistos o hacer alardes de la amistad.
Lo hacemos cuando necesitamos contarle algo, o para recibir un consejo, una orientación, e incluso cuando necesitamos pedirle algo, algún favor, o cuando simple y sencillamente queramos hablar, aún estando por momentos en silencio, o por el solo agrado que nos produce compartir.
La gran bendición que tenemos es que Él lo sabe todo. No le contaremos nada que no sepa, pero le contaremos. Ninguna información de la que no esté enterado, pero se la daremos. Dios es amor, bondad, cuando le pedimos algo para otro, él ya quería darlo, sanarlo o aliviarlo. El que se lo pidamos, no cambiará su decisión porque Él quiere siempre lo mejor para sus amigos, pero hacerlo fortalece nuestra amistad.
No hay entonces un “por qué en el sentido de una obligación, de un deber, de un tener que establecer horarios o formas de comunicarnos. Es por compartir, por satisfacer la necesidad de ser escuchado, para sentir la libertad de contar lo que queramos, o lo que a nadie contaríamos, para saber y sentir que somos amados.
Quizá, el único porqué, sea porque estamos agradecidos por esa amistad fiel y duradera,o por una y mil bendiciones y eso, no debemos cansarnos de reconocerlo y manifestárselo.
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