Virus, palabra del latín que etimológicamente, significa veneno. En biología se define como un ”agente infeccioso microscópico acelular” también como una “partícula de código genético ADN o ARN encapsulada en una vesícula de proteínas”.
Estas definiciones y otras muy vigentes afirman que los virus son nano partículas inertes invisibles al microscópico óptico, sólo se pueden visibilizar a través de un microscopio electrónico.
El virus
Cuando digo partículas inertes, en esencia, paquetes de moléculas, me refiero a que no tienen vida. Son acelulares; y sabemos que la célula es la unidad anatómica fundamental de todo organismo vivo. Han surgido voces disidentes a este respecto, no obstante las definiciones vigentes serán la base de esta reflexión.
El virus que mantiene preocupado al mundo por estos días es el SARS CoV-2, de la familia de los coronavirus, nombre asignado por la forma que tienen semejante a una corona. Este es el que produce la enfermedad Covid-19, que comenzó como una endemia en Wuhan, China, pasando rápidamente a convertirse en epidemia y más raudamente aun en pandemia.
Al igual que cualquier otro virus, el coronavirus necesita un huésped para reproducirse. Para hacer esto, se unen a las proteínas en la cápside a través de las glucoproteínas que se encuentran en la envoltura del virus.
En realidad, es la célula invadida la que comienza a multiplicar porque interpreta que el ARN introducido le es propio y crea millones de copias comenzando a producir proteínas vírales, generando nuevos virus que salen de la célula infectando a otras y así sucesivamente.
El sistema inmune de nuestro organismo, mediante una compleja red de células, órganos y tejidos trabaja para defendernos de los microorganismos y sustancias tóxicas que podrían enfermarnos como: hongos, parásitos, virus y bacterias.
Todos nuestros órganos contienen células del sistema inmune. Se originan en la médula ósea y se encuentran en la sangre, en la linfa. Estas células se concentran más, en los ganglios linfáticos, las amígdalas, el bazo o el timo, pero también podemos encontrarlas en la piel, las mucosas, los pulmones, el aparato digestivo y en todo el cuerpo.
Cuando nuestro organismo se enfrenta con un patógeno como es el caso del coronavirus, el sistema inmune responde de dos maneras en paralelo:
Una es la respuesta innata que es la primera que se desarrolla, y normalmente es efectiva para eliminar a diferentes tipos de agresores. La otra es la respuesta adaptativa, que produce anticuerpos capaces de destruir determinados microorganismos o células infectadas.
Un rasgo particular de la respuesta adaptativa es que deja memoria. Es decir, recuerda los patógenos con los que tu cuerpo ha entrado en contacto en el pasado, y por ello sabrá cómo combatirlos en el futuro, aunque esto no está aún probado en el caso del Covid-19.
El Epidemiólogo sueco Johan Gieseck dijo: Esta enfermedad se propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos se van a contagiar el virus”. Cuando él dice todos, es todo el mundo. Creo por tanto, que todos nos contagiaremos. Unos antes de la vacuna (si se encuentra) y otros ya vacunados. La diferencia está en que los que vacunados tendrán mayores posibilidades de sobrevida.
El otro virus
Todos nos infectaremos porque los virus no mueren; no tienen vida, no pueden ser eliminados, sólo controlados. Me permito en este punto hacer un paralelismo con otro virus que nos infectó a todos en diferente formas y grados y que está en nosotros pudiendo sólo, ser controlado. Se llama pecado y produce la enfermedad de la maldad.
No tiene cura, algunos morirán por su causa, aunque todos tenemos un sistema de defensa,que también tiene una respuesta innata ante este virus; el haber sido hechos a imagen y semejanza de Dios, permite que la maldad no se desarrolle incontroladamente y sintamos y expresemos bondad, amor.
La segunda manera en que nuestro sistema responde, es recordándonos y reconociendo qué hay tendencias que no podemos controlar y que requieren la intervención de un agente externo.
Pero la vida no dependerá sólo del reconocimiento de esa intervención, sino de la voluntad de aceptar ponernos en las manos del gran médico, Jesús,. El único que puede mantener controlado este virus como para no llegar a morir por el.
Jesús, nos dará recetas para mantener esta enfermedad controlada en el transcurso de nuestra vida. Aunque lleguemos en cualquier momento y por cualquier causa a estar en un estado de inconsciencia, a “morir”, no será el fin de nuestra existencia, porque pasado ese período seremos resucitados; y allí finalmente el Señor destruirá este virus llamado pecado y pondrá término a toda enfermedad, dolor, sufrimiento y a la muerte.
”Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 7:17)
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