Aún es frecuente encontrar en muchos hogares la Biblia abierta. Casi siempre en el Salmo 91, pensando que es así como Dios protege. Lamentablemente no está allí para leerla, sólo pretendiendo que produzca un efecto mágico de protección, como un amuleto.
Salmo 91
Muchos cristianos podrían repetir este Salmo de memoria sin sopesar su profundidad, pero también y sin lugar a dudas miles han encontrado en sus palabras fortaleza en momentos de debilidad, consuelo en el dolor, y por sobre todo esperanza en momentos difíciles.
Este himno del cual no conocemos su música, es el más precioso raudal de promesas de protección que Dios ofrece: librarnos del lazo del cazador, de la peste destructora, seguridad bajo sus alas, no temer el terror nocturno o miedo a proyectil que vuele de día.
Nos promete que no temeremos a pestilencia en medio de la oscuridad, ni a mortandad que en medio del día destruya. Finalmente agrega que no nos sobrevendrá mal, que las plagas no tocarán nuestra morada porque El enviará a sus ángeles para protegernos y guardarnos en todos nuestros caminos. Hermosas promesas.
A raíz de la pandemia más devastadora, del último siglo, uno de los versos del salmo 91 parece ser el más repetido y resuena con fuerza:
«Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Más a ti no llegará». (Salmo 91:7)
La promesa
Miles ya han caído y seguramente muchos más caerán o morirán ante esta peste destructora, profese o no una religión. ¿podemos reclamar el cumplimiento de esta promesa? ¿Podemos decirle al Señor, ahora es cuando quiero que a mi no llegue?
Nos surge la duda, pensamos si somos merecedores de ello, si nos estamos acordando de Dios sólo ante la urgencia de la emergencia. La duda es razonable, porque la promesa no es universal ni incondicional.
No obstante la respuesta a las preguntas anteriormente formuladas es: Si, podemos, en tanto cumplamos con las condiciones que permitan su realización, porque tan ciertas como la fiel observancia de estas promesas son los requerimientos que Dios en el mismo Salmo establece para su cumplimiento.
La condición
En las Escrituras hay muchas profecías y promesas condicionales, vale decir su cumplimiento está sujeto a la aceptación o ejecución de una o más condiciones, tanto es así, que el Salmo citado comienza, antes de enunciar cualquier promesa estableciendo su condición:
El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente (Salmo 91:1)
Habitar es permanecer habitualmente en un lugar, en este caso la promesa es para quienes viven bajo la constante protección de Dios, para quienes están, el las palabras del salmo, “debajo de sus alas…”.
Exagero entonces cuando hablo de las condiciones, como si fuera una lista de cosas que tenemos que hacer o requisitos que cumplir para obtener el favor divino.
Para ser merecedores de su benevolencia, de sus bendiciones, de su protección, no hay nada en lo absoluto que el ser humano pueda hacer para merecer. Nada de lo que el Señor ofrece se obtiene por merecimiento.
El cumplimiento
En la lectura del Salmo 91 encontramos como condición, vivir bajo su sombra. Eso ocurrirá cuando conozcamos que el Altísimo es el mismo amoroso Jesús que caminó por calles de este mundo.
Cuando en el diario vivir constatemos el cumplimiento fiel de sus promesas, a pesar de nosotros mismos y reconozcamos sus bendiciones. Si conscientemente confiamos en Él y está confianza nos proporciona el valor para no temer, fortaleza para soportar, paciencia para esperar. Cuando conociendo por experiencia propia su amor lleguemos a amarlo.
El Salmo 91 concluye con estas palabras:
«Lo saciaré de larga vida, Y le mostraré mi salvación» (Salmo 91:16)
Finalmente debemos entender que aun cuando «habitemos al abrigo del Altísimo», el caer entre miles o diez miles, podría ser resultado no de la infidelidad, sino de la expresa voluntad de Dios que, habiéndonos dado la vida, podría usar esta circunstancia para llamarnos a descansar.
Cuando el Altísimo nos concede vida, cuando nos protege, lo hace, con un solo propósito; mostrarnos su salvación. Esa vida, independiente de los años, será siempre breve.
Pero si vivimos bajo su sombra, si fue nuestro castillo, vale decir, nuestra fortaleza, si fue nuestra esperanza, si confiamos en Él. Si solamente pudimos aceptarlo, la muerte será un breve espacio de tiempo de espera, de descanso, una pausa en la existencia no su fin. Para volver a ser despertados por Jesús mismo. Esta es su promesa, la garantía: su palabra, su resurrección.
«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tes. 4:16)
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