¿Quién no ha caminado alguna vez por el bosque sin pisar una espina? ¿O quien no ha tratado de sacar el delicioso fruto de la zarzamora sin pincharse? ¿Quién no ha querido arrancar alguna vez una hermosa flor solo para clavarse las manos?.
¿A cuantos no les ha ocurrido la mala suerte de estrellarse con una planta de cactus y tener que pasar después por la agonía de extraer las espinas?. Tenemos también la ortiga que posee miles y miles de pelitos agudos como agujas, que cubren sus hijas y sus tallos, y que inyectan una sustancia irritante que, aunque uno sólo les pase la mano, le producen un intenso dolor.
Las espinas hieren y no nos gustan nada, pero Benjamin Franklin dijo una vez que «las cosas que hieren, nos instruyen». ¿Que podemos aprender de esas pequeñas molestias que tan desgraciados nos hacen a veces? Por alguna razón, el fruto de la zarzamora nos resulta más agradable cuando tenemos que pasar por la dificultad de sacarlo nosotros mismos. Las rosas son más hermosas a causa de sus espinas, y las flores de cactus parecen más delicadas y encantadoras cuando se encuentran ubicadas en la cima de su mástil lleno de espinas. Dios sabía que si la vida del hombre fuera demasiado fácil, no la apreciaría tanto.
Otro hecho importante acerca de algunas plantas espinosas es que suelen ser solitarias. A veces esto es bueno para la planta. Si es del desierto, por ejemplo, podrá necesitar todas las pocas hojas que tiene para producir suficiente alimento a fin de sobrevivir. Si los animales del campo pidieran comer fácilmente sus hojas, como lo hacen con el pasto que crece en el suelo, pronto la planta perdería todas sus hojas y moriría.
Pablo lo dijo de esta manera: «Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza» (Rom. 5:3, 4).
Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. (Génesis 3:18)
Windows on God’s Word. Santiago A. Tucker. 1975.
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