En alguna parte, en medio del insondable mar, una pequeña brisa encrespa la plácida superficie del océano. Al continuar soplando esa brisa, el encrespamiento se convierte en una onda, y pronto nace una ola. Miles de kilómetros más allá, el deportista la estará esperando para cabalgar sobre su cresta y llegar a sí impulsado por su tremendo poder, a la playa donde morirá muy lejos del lugar de su nacimiento.
Una ola grande es el resultado de muchas olas pequeñas que, a su vez, son el producto de otra más pequeñas aún, hasta que por fin llegamos a la fricción original del aire y del agua, que es tan insignificante que resulta invisible.
Las olas no son agua que avanza, como parece, y como lo son ciertamente las corrientes. Son sólo energía en movimiento qué pasa del viento al agua. Por ejemplo, si tiramos un troza de madera al mar, veremos que sube y baja al paso de las olas, mientras se queda en el mismo lugar después que ésta pasó. Una corriente por otra parte, arrastraría el troza de madera aún en dirección contraria al movimiento de las olas.
Toda fuerza grande y poderosa que ha surgido en la historia humana puede ser comparada con una ola que comenzó en los resquicios insondables de la mente de algún hombre. Muchas de esas olas anduvieron en dirección opuesta a la corriente de su época. Ciertamente Jesús produjo grandes olas. Y algo parecido ocurrió con sus seguidores: Pedro, Juan, Martín Lutero, Juan y Carlos Wesley, Guillermo Miller y miles de otros que proclamaron impávidos el Evangelio de salvación.
Si estas satisfecho con esta vida, entonces, no hagas olas; pero si tienes la visión de una vida mejor, tendrás que hacer olas, porque la energía del amor de Dios surgirá de ti. «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Juan 3:8)
¡ Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un rio, y tu justicia como las ondas del mar. (Isaías 48:18)
De: Windows on God’s Word. Santiago A. Tucker. 1975.
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