La ardilla voladora pesa cien gramos y está perfectamente diseñada, por así decirlo, para planear. Su piel se prolonga formando un par de membranas que se extienden a lo largo de su cuerpo, y que van desde las patas delanteras hasta las traseras. Un par de cartílagos, manejados por las patas delanteras, las ponen en condición de volar.
En realidad, esta ardilla no vuela, sino que planea en forma asombrosa. Antes de desprenderse de la rama del árbol, la ardilla mide la distancia con los ojos, al parecer. Se inclina a un lado y al otro para calcular la distancia, con el fin de elegir el lugar adecuado para aterrizar. Los matemáticos llaman a este proceso triangulación geométrica.
La ardilla voladora comienza su vuelo lanzándose al aire con las cuatro patitas juntas para abrirlas pocos segundos después. Las membranas se extienden entonces al máximo, y se llenan de aire como si fueran un paracaídas. Mientras planea, la ardilla puede cambiar de curso para evitar las ramas y los troncos de los árboles. Lo logra moviendo la cola como si fuera un timón, o variando la tensión de una u otra de las membranas.
Es algo similar a lo que ocurre con un barco de vela, con la diferencia que en este caso la vela está en posición horizontal. Antes de aterrizar, levanta la cola y el cuerpo, al mismo tiempo que baja las patas traseras para amortiguar el golpe. Después de eso trepa a otro árbol para repetir el procedimiento hasta llegar a destino.
Las ardillas voladoras nacen ya sabiendo cómo planear. Si se lanza al aire una ardilla de tres meses, llevará a cabo todas las maniobras necesarias para aterrizar sin problemas.
Ciertamente el Creador a provisto a la ardilla voladora de medios suficientes para guardarla en todos sus caminos y evitarle choques contra piedras o árboles. ¿ Hará menos por nosotros.? Su promesa es: Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra (Salmo 91:11, 12).
De: Maravillas de la creación
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